Por M. Ayllón
Seguro que muchos pensaréis que todavía estáis lejos de esa edad y que, por tanto, este artículo no es interesante para vosotros.
Mi actitud era esa hace unos años, pero ahora que estoy a punto de rebasar esa barrera, me parece un tema a compartir y comentar, pues los años, según los vamos cumpliendo, caen casi sin darnos cuenta y, dentro de nada, muchos os encontraréis ante la disyuntiva de si jubilaros o seguir trabajando, eso sí, a un ritmo más sosegado y en un segundo plano.
Antes de ese momento, habréis tenido que pasar por el trance de pasar el testigo a un hijo o a otro familiar de vuestra “entera” confianza. Remarco lo de “entera” porque muchas veces pensaréis que no lo van a hacer como vosotros pensáis que se tienen que hacer las cosas en la empresa. Pero no quiero detenerme más en este complejo y delicado asunto del relevo generacional; en otro artículo lo abordaremos.
Tampoco es objeto de estas líneas, la situación de personas que han sobrepasado la edad de jubilación, entiendo por tal entre los sesenta y los sesenta y tantos, que siguen queriendo trabajar y no ven el momento de hacerlo, pues temen que, después de tantos años de trabajo, la jubilación se avista como un verdadero abismo que se abre ante ellos.
Me refiero más bien a todos aquellos propietarios o directivos del primer nivel, que ha estado involucrados en la dirección de su empresa, algunos de ellos si ser parte de la propiedad, pero que la sienten como si fuera propia.
La esperanza de vida va subiendo, gracias a los avances en la sanidad y también de una mejor calidad de vida. Estos aspectos hacen que, tras esa edad de jubilación, puedan quedar teóricamente muchos años por delante para poder hacer realidad los planes de familia, ocio, estudio y por qué no, de trabajo, más relajado y sin tanta responsabilidad, pero trabajo al fin y al cabo.
Otra cosa que no quiero dejar de comentar es el hecho de que muchos de nosotros, como autónomos, no hemos cotizado lo que lo han hecho los colaboradores que, por cuenta ajena, han contribuido a las arcas de la Seguridad Social, con cantidades muy superiores a la nuestra.
Y ahí tengo que reconocer sin ambajes, que es un gran error, aunque se haya constituido un plan de pensiones privado, la pensión de jubilación debería ser, después de tantos años de duro trabajo, mucho mayor. Todo lo que no sean los dos mil euros al mes de pensión, es que lo hemos hecho mal.
En cualquier caso, entiendo que como empresarios, si hemos gestionado bien nuestro patrimonio inmobiliario, tendremos otras entradas a través de rentas de alquiler y los posibles dividendos de nuestra propia empresa.
En cualquier caso, mi recomendación es que, a partir de los cincuenta se ahorre, al menos el 10% de nuestros ingresos y dedicarlos, una parte al plan o planes de pensiones que suscribamos y otra para inversiones inmobiliarias. No puedo concretar si al cincuenta por ciento, pues lo importante es diversificar y crear alternativas de inversión, sin quedarnos con lo primero que nos ofrezca el banco.
Disculpad, me he vuelto a salir del tema sobre el que os estaba planteando mis reflexiones, pero no he podido dejar de hablaros de algo tan importante como es el de los ingresos que vamos a tener cuando nos jubilemos.
La experiencia y el conocimiento que se tiene a esta edad, permite ser un buen consejero para los actuales líderes que llevan las riendas de la empresa. Además, a muchos clientes y proveedores, a los que se conocieron cuando nuestras empresas eran más pequeñas y las relaciones con ellos más próximas, siguen siendo un punto de conexión y posible apoyo para seguir en contacto y que ven en estos “mayores” un ejemplo a seguir y crea un aura de respeto que redunda en una buena imagen de empresa estable y confiable.
Esto último es uno de los aspectos que puede representar un plus para el resto del equipo directivo, pues, aunque a veces se tenga la sensación de que estorbamos, ese ejemplo de constancia, perseverancia y capacidad de trabajo es un acicate que no se debería perder en ninguna empresa.