Mientras algunas capitales comienzan a proteger sus rótulos comerciales como patrimonio identitario, en el mundo rural los carteles tradicionales siguen desapareciendo en silencio, sin medidas públicas que eviten su pérdida. La historia gráfica de cientos de pueblos de España —plasmada en letreros pintados a mano, rótulos de forja, azulejos rotulados o tipografías únicas— se borra cada año con la reforma de un local, la caída de una fachada o la desaparición de un negocio familiar.
A diferencia de ciudades como Madrid o Barcelona, que en los últimos años han incluido en sus catálogos patrimoniales algunos rótulos históricos del siglo XX, en las pequeñas localidades y entornos rurales no existen normativas específicas que protejan este tipo de patrimonio gráfico. La consecuencia es clara: los antiguos rótulos de bares, ultramarinos, farmacias o panaderías —algunos con más de 70 años— están desapareciendo sin dejar rastro, incluso en pueblos donde apenas quedan ya signos de actividad comercial.
Según los colectivos que forman parte de la Red Ibérica en Defensa del Patrimonio Gráfico, esta desigualdad de protección refuerza la brecha entre lo urbano y lo rural, también en términos de memoria visual. “En las ciudades puede haber presión ciudadana o colectivos especializados que alertan de cada demolición, pero en los pueblos los carteles desaparecen sin que nadie lo sepa”, denuncian desde Zamora Patrimonio Gráfico. Añaden que, en muchas ocasiones, los rótulos rurales se destruyen por desconocimiento de su valor o por una voluntad estética de “modernizar” sin conservar lo anterior.
El caso de Valladolid es ilustrativo. En la capital, algunos rótulos emblemáticos fueron salvados tras movilización ciudadana, pero solo recientemente —gracias a iniciativas como Valladolid con carácter— se ha empezado a documentar y valorar el lenguaje gráfico de los pueblos, donde muchos carteles han resistido a la intemperie sin reconocimiento ni mantenimiento institucional. Según la autora del proyecto, Laura Asensio, los rótulos rurales “están más amenazados porque no existe conciencia patrimonial sobre ellos, ni figuras legales que los amparen”.
A esto se suma la despoblación. En municipios con escasa actividad económica, los rótulos sobreviven como testigos de lo que hubo: el taller de bicicletas, la ferretería, la barbería… Sin una política activa de preservación, todos ellos acabarán siendo demolidos, cubiertos o reemplazados por vinilos impersonales. Y sin ellos, los pueblos perderán también parte de su carácter visual y de su historia compartida.
Expertos en patrimonio reclaman catálogos gráficos municipales, formación para arquitectos y restauradores, y ayudas para conservar rótulos significativos, del mismo modo que se protegen fuentes, cruceros o fachadas de interés. En palabras del tipógrafo Carlos de Miguel, “los letreros rurales son los documentos visuales de una cultura popular que ha desaparecido, pero que nos sigue hablando desde las paredes”.
Porque donde no llegan los boletines oficiales, queda la mirada de quien aún es capaz de ver en una letra desgastada el eco de todo un pueblo.